miércoles, 31 de enero de 2007

Editorial

Que importante resulta que el primer numero de Mermelada, trate sobre un tema tantas veces escondido bajo la alfombra del olvido, ignorado hasta con una actitud rayana en la soberbia como lo es la fragilidad del ser humano.
La fragilidad es lo que nos hace diferentes a unos de otros, pero también es lo que nos hace de cierta manera similares, es paradójico que aquello que nos hace humanos, de cierta manera nos deshumaniza, nos vuelve seres sin uso de razón, meros entes errantes entre las sombras de la autocompasión.
El odio, el amor, el llanto y la risa; ¿Antagonismos?... tal vez no.
Hay ciertas situaciones en nuestro paso por este mundo, que nos muestran de una manera cruel y descarada, que no somos tan fuertes como creímos ser.
Nos pasamos la vida pensando como vivirla y nos hacemos construcciones mentales de cómo vamos a proyectarnos…
Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo, plantar un hijo, escribir un árbol, tener un libro…plantar un libro, escribir un hijo, tener un árbol… Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo, plantar un hijo, escribir un árbol, tener un libro…plantar un libro, escribir un hijo, tener un árbol…
Nuestros proyectos a veces se transforman en una rara mezcla de lo que se espera de nosotros, lo que debemos hacer; y nosotros día a día y sin saberlo nos esforzamos inconcientemente por cubrir las expectativas que se ponen sobre nosotros…
Nos pasamos la vida pensando como vivirla, y se nos va la vida… viviendo nada.
Soledad, autocompasión, dolor, Amor.
Al fin de cuentas el amor es la forma más primitiva del masoquismo, duele y gusta el doble, al fin de cuentas, puertas adentro y en soledad, todos somos frágiles.
Alguna vez, regalé un poema, un silencioso pero eterno testigo de un grito de esperanza tirado a las estrellas, hoy, cuatro años después vuelvo a leerlo y lo primero que se cruza por mi mente es el pensamiento inevitable, determinante e inamovible de que uno odia porque ama, ama porque no tiene, tiene porque no quiere y sufre porque quiere.
El peor amor puede ser el que nunca fue, pero a veces es peor el que uno piensa que será, que ES y no es.
Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo, plantar un hijo, escribir un árbol, tener un libro…plantar un libro, escribir un hijo, tener un árbol… Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo, plantar un hijo, escribir un árbol, tener un libro…plantar un libro, escribir un hijo, tener un árbol…
Palabras desordenadas, el ruido del silencio, estar “Solo entre la gente”, el vacío del alma, el grito sordo del dolor, síntomas, síntomas de la fragilidad.
El ruido de un grito regalado a las estrellas, rompiendo el ocaso del dolor, o el eco de un suspiro en una mañana de esas, esas que te piden que vivas y no mueras, que sigas, que sigas aún sabiendo que el destino te va a llevar una vez más al mismo golpe, al mismo dolor, postrera sombra del olvido, del sueño, de la magia de la vida y el amor.
¿Nos mueve la esperanza de lograr ser felices o en realidad lo que buscamos no es la felicidad, sino el camino que nos llevaría a ella?
Amo ser frágil, poder emocionarme ante cada golpe, cada ilusión muerta antes de nacer, cada sentimiento efímero en la vida, eterno en el alma.
Dice una canción: “No se puede tocar una flor, sin que se estremezca una estrella”, así, tampoco se puede ser Humano sin estremecerse por dentro, derrumbarse ante el fracaso, revivir, morir de nuevo y seguir…
Festejemos la fragilidad, como máxima expresión del sentimiento.
Festejemos el dolor, como lo que nos hace valorar la felicidad.
Festejemos cada golpe, porque nos fortalece y nos hace recordar que solos no podemos.
Festejemos, celebremos, el tener la fortaleza que se necesita para llorar el dolor, para ser frágiles en una sociedad donde los hombres no lloran, las mujeres no sienten y los niños no mienten, festejemos el ser frágiles, festejemos el ser Humanos, festejemos la fragilidad del ser humano.

Leonardo Gamietea
Revista Mermelada-Nro. 0

miércoles, 17 de enero de 2007